López Vázquez, te vamos a sacar de La Cabina
"Desgraciadamente, los seres humanos todavía tenemos muchas cabinas de las que liberarnos [...] y nuestro destino, la vida, es un continuo liberarse de nuestras propias cabinas para ser libres, espontáneos… y felices.”
Antonio Mercero.
Con la llegada de la primavera, las charlas bajo el sol y los paseos por las placitas de Madrid se multiplican. Los niños juegan en las calles, los adolescentes comen pipas en un banco luciendo sus plateadas sonrisas de ortodoncia, los perros recogen los boomerangs de sus dueños, y algún que otro abuelillo habla de la crisis delante de un edificio a medio construir. Y hoy precisamente he pillado a uno diciendo “esto con Franco no pasaba”. Esa frase, que tantas veces hemos escuchado, consecuencia de una herida pasada pero no superada, según como te pille te sienta mal o menos mal. Hoy me ha hecho pensar en las similitudes que tenemos todavía con esa época, similitudes que no se veían venir allá por los ochenta, cuando nuestros padres habían corrido ya huyendo de los porrazos por empuñar una guitarra en la cafetería de cualquier universidad. Sin embargo, aunque el contexto sea distinto, la situación de ignorancia, de desconocimiento y manipulación que sufrimos por los tejemanejes de nuestros políticos, y la triste sensación de mediocridad, me recuerda bastante a la falta de libertades de hace 40 años, haciéndonos sentir que estamos atrapados en un cubículo, al igual que José Luis López Vázquez (actor al que defiendo a ultranza) se vio atrapado en esa cabina telefónica como representante de la sociedad española, yatrapado injustamente en el rol de actor de media talla por buena parte de la historia audiovisual de este país. Y es que hay muchas cosas de nuestro presente que se conectan a ese mediometraje, prueba de que algunas buenas historias perviven, o bien que algunas malas gestiones políticas se repiten (puede que una unión de ambas).
A pesar de que el creador de La Cabina, Antonio Mercero (con la colaboración de Garci), afirmó en diferentes ocasiones que el mediometraje era una película de terror, angustia y ciencia ficción sin ningún tipo de intención política, no es difícil leer entre líneas el verdadero mensaje que La Cabina transmite, y que fue sin duda la clave de su éxito. La metáfora de la parálisis, el estancamiento, el sentimiento de ridiculización y la incomunicación que sufría la sociedad de la España de Franco era el argumento real, escondido bajo el aparente hecho anecdótico de un hombre atrapado dentro de una cabina de teléfono (magnífica ironía; una cabina para comunicarse).
Esta parálisis de pensamiento producía que los telespectadores se hubiesen convertido en mentes estancadas, productos del control cultural e informativo del régimen franquista, que tenían como consecuencia una persona incapaz de pensar por sí misma, como afirmó Narciso Ibáñez Menta (padre de Chicho Ibáñez Serrador) en otra célebre ficción de la época, El Televisor. “Aprovechando” esta pasividad intelectual de los españoles y españolas, realizadores como por ejemplo Ibáñez Serrador o Antonio Mercero presentaban productos fuertemente radicales y combativos bajo la forma de seriales de humor o de ciencia ficción, que llamaban a los cuatro vientos la situación de represión y aislamiento que sufrían los españoles desde hacía más de treinta años.
La Cabina nació en un momento particular en el desarrollo del régimen franquista. A partir de finales de los años 60, el régimen empezó a modificarse, a adoptar vías de apertura, puesto que con la industrialización de los sesenta, cada vez más casas españolas tenían una televisión. Así pues, era urgente convertir la tele en un organismo de propaganda fascista pero con un estilo moderno e internacional. Un poco después, con la inauguración del segundo canal en 1966, jóvenes realizadores podían tener algo más de “manga ancha” a la hora de crear productos artísticos. Pero como toda modernización significativa de un régimen totalitario, fue muy breve, puesto que desde el bunker gubernamental hubo toda una movilización en contra de la ruptura de “nuestra fortaleza”. Aún así, esta obstaculización no pudo impedir que La Cabina fuera uno de las cumbres más reconocidas y premiadas de la historia de la televisión española.
Uno de los grandes aciertos de Mercero a la hora de realizar la ficción, fue la elección del protagonista, José Luis López Vázquez, que como he apuntado antes, me parece un actor fenomenal y muy poco valorado pese a su versatilidad y su larga trayectoria. Además de formar parte indiscutible del star system del audiovisual del país, encarna a la perfección el estereotipo de español gris, medio, que se fascina con la idea de un elemento moderno, como por ejemplo una cabina telefónica de vidrio en medio de la calle.
José Luis López Vázquez ya había realizado papeles de indiscutible modernidad. De hecho, recordamos que Peppermint Frappé (Carlos Saura, 1967), por ejemplo, es una de las películas en las que encarna uno de los personajes dramáticos y con mayor relevancia de su filmografía, que pasa desde la etapa del destape y españolada, a la contemporaneidad de Saura hasta la comicidad de Berlanga, para citar sólo algunos. Ese año, López Vázquez acababa de realizar una película con Armiñán, Mi querida señorita, que fue nominada a los Oscar, y el actor fue muy piropeado por los americanos, Billy Wilder incluido. Entonces Mercero no desaprovechó la ocasión de presentarle el guion de La Cabina. Era una cuestión principal que el actor protagonista fuera capaz de expresar en pocos minutos toda una serie de estados de ánimo sin recurrir la las palabras ya que la actuación debía de pasar desde el estado humorístico de quedarse atrapado en una simple cabina, a la angustia de ver su propia muerte, pasando por los estados de espera, miedo, incredulidad o empatía, como cuando se cruza con Agustín González encerrado también en la cabina, con el niño en la tumba de vidrio o el barco dentro de la botella a manos del enano de circo.
Un aspecto realmente significativo de la película, es el hecho que la cabina sea totalmente de vidrio. Este tipo de pecera, produce un juego de muñecas rusas, puesto que alrededor de la cabina hay todo un grupo de personas que miran el espectáculo, a través de la pantalla (el vidrio), que incluso se sientan y hacen punto de media, como dos yayas en el salón de casa. Nosotros, los espectadores “reales”, miramos por doble partida; miramos a los que miran y al que es mirado, juego que llega al clímax cuando el propio protagonista se ve reflejado a un espejo. Este hecho, refuerza el carácter colectivo que tenía la experiencia televisiva, derivada de la creación de los teleclubs, factor importantísimo en el adiestramiento social y la cohesión familiar y colectiva de la época franquista.
Impedir que el espectador escuche los gritos de auxilio del protagonista, por ejemplo, hace que los sonidos diegéticos como por ejemplo los niños que cantan Mambrú se fue, no sé cuando vendrá… aumenten la empatía y la sensación de aislamiento. Además, esta sensación se ve reforzada también por la elección de recurrentes tiros de cámara con un gran edificio de construcción industrial de fondo, esos edificios que “con Franco si se terminaban” o no tan lejos, que con el boom inmobiliario de hace unos años también se terminaban de lo lindo, típicos de los nuevos barrios urbanos, que nos inducen a pensar en centenares de cabinas en serie.
La pieza se cierra con la nueva cabina que preside la plaza, después de unos sobrecogedores momentos de silencio, donde vemos el fin del protagonista y la cabina en medio, como si fuera el famoso monolito de 2001, una odisea en el espacio (Kubrick, 1968). Dejando, eso sí, la puerta abierta a cualquier ciudadano del régimen que “quiera adentrarse donde no debe”.
¿Entendían los españoles y españolas sin casi educación cultural (y si la tenían estaba monopolizada por el movimiento en una gran mayoría) lo que Mercero estaba denunciando con aquel pobre hombre cerrado en un metro cuadrado? Puede ser que ni siquiera los máximos dirigentes de la esfera televisiva eran capaces de imaginar el gran eco que La Cabina produciría en el momento y años después. El caso es que es curioso como esa cabina nueva que preside la plaza de un barrio X, ha seguido entreabierta todos estos años, y tengo la sensación de que muchos la llevamos a cuestas todavía. Pero también algo me dice que nuestros vecinos no se van a quedar a hacer punto de media mientras pedimos auxilio, sino que puede que haya llegado el momento de golpear las cabinas unas con otras hasta que se rompan o bien meternos todos en una al estilo camarote de los Marx. Sí, sin duda puede que esa sea la opción más divertida.