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El rito de paso y el Rock and Roll

La vida está llena de ritos de paso que van cambiando de forma con el trascurso de los años y las generaciones. Quizá hace tiempo, cuando mis abuelos eran jóvenes, alguien le decía a alguien “pues la hija de tal se ha casado” que era mas o menos lo normal cuando se tenía una cierta edad. Luego fue el trabajo ”pues fulanita se ha licenciado y la han contratado” y hoy me da la sensación de que el rito de paso de mi generación se parece más a “pues se ha ido a Brasil a ver si tiene suerte” o “está en Londres haciendo camas… mira, y así de paso aprendía inglés”. Es una especie de travesía hacia el éxito. Bueno, no diría tanto. Una travesía. Mejor dejémoslo ahí.

Pensar en este desplazamiento por una especie de desierto lleno de dificultades, donde te vas encontrando compañeros de viaje que puede que emigren de su país o que quedándose en casa de sus padres emigren de sus sueños, me recuerda al trayecto que hicieron todos los amigos de Jasón en busca de ese vellocino de oro. Y atando cabos llego a la película Leningrad cowboys go America (Aki Kaurismaki, 1989).

Leningrad cowboys go America es, junto a Leningrad cowboys meet Moses, la historia de un pintoresco grupo de rock que viaja desde Siberia a Estados Unidos en busca del éxito, recorriendo así buena parte de la geografía americana hasta llegar a México, donde, en el 1994, Kaurismaki retoma los Leningrads en un periplo de retorno, en el que el manager del grupo se hace llamar Moisés. Camino de vuelta al que le sobran las connotaciones.

Ambas películas, pese a estar aparentemente contando una historia tan simple como el viaje de un grupo hacia la búsqueda del éxito, son sin lugar a dudas la meticulosa construcción de un paisaje; como en toda road movie que se precie, la idea del desplazamiento lo es todo. Y si va acompañado de música constantemente, pues mejor.

En el cine de Kaurismaki encontramos repetidamente señales que, como el poso de té, nos describen situaciones a veces difíciles de encajar, entender, otras que tenemos que interpretar a ciegas si los personajes, debido a su laconismo, viven tragedias o comedias. Este hecho es muy común entre las personas de mi generación. Todos parecemos estar un poco obligados a no dejar ver hasta qué punto esta situación que vivimos, esta tundra siberiana en la que nos han colocado donde ir al norte o al sur no parece ser garantía de nada, ha acabado ya por desorientarnos completamente. Es en esta construcción del trayecto y la búsqueda donde Kaurismaki nos pone a prueba, reduciendo al máximo la puesta en escena y construyendo personajes fríos, con los que no es fácil identificarse. Pero el pesimismo visceral que caracteriza a las películas de Kaurismaki, viene siempre acompañado de una comicidad más cercana al género Slapstik que a la comedia clásica, un humor vitriolo y gestual que conecta incluso con Tati, en cuanto al uso del gag o la función narrativa que adquiere el sonido.

El imponente cadillac con el que viajan (que se lo vende, no casualmente, Jim Jarmusch), es el elemento con el que los protagonistas se mueven a través del espacio, pero que, contrariamente a lo que el espectador se espera (valga la redundancia) , en él los componentes del grupo a penas interaccionan, ni cambian de expresión, ni siquiera cuando viven situaciones bizarras o paranormales. Este es uno de los grandes retos a los que se enfrenta Kaurismaki a lo largo de sus películas, y muy especialmente en este viaje en búsqueda del éxito: borrar todo rastro humano de los personajes y conseguir que, rehusando la identificación, el espectador se sienta ligado a la película.

El personaje, digamos protagonista, sale del desierto siberiano como Jasón salió de Tesalia, convencido de traer algo valioso a su vuelta. El cadillac, como la nave Argos, surca los mares de los desiertos estadounidenses, hacia la conquista del vellocino, que sería el éxito que ciertamente lograrán en México. Como ya apuntó Robert Graves, podríamos deslindar en el entramado mítico aplicable a Leningrad… dos ejes temáticos. De un lado la expedición de un grupo de aventureros que tienen un objetivo común a través de este océano de polvo, y por otra, la búsqueda personal del capitán de la empresa, superando situaciones en las que tiene que demostrar su ingenio y su superioridad. Así pues, y ya sin nombrar el guiño a que en Argos viajaba Orfeo, músico por excelencia, tenemos la caravana argonáutica al completo.

Este tipo de historias de viaje y búsqueda, están dentro de un tipología de relatos llamada folktalk, de temática bastante tópica, muy relacionadas con géneros musicales (especialmente el Rock’n’Roll) pero de increíbles peripecias encaminadas a conquistar tierras lejanas en busca de un botín imposible, pero que gracias a ciertos “auxiliares mágicos”, la caravana suele conseguir su triunfo.

Desde luego, nadie dijo que coger unos instrumentos, subirse en un coche y recorrerse un continente en busca de un hueco en la escena musical fuese fácil. Tampoco irse a hacer camas a Londres los es. Me pregunto cuál será el rito de paso de las generaciones futuras, pero sobretodo… me pregunto si la mía conseguirá como los Leningrads volver a su casa con el éxito a sus pies.

Mientras dure la travesía; ánimo, y a bailar.

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