Lo absurdo de entender a Lynch
No sé por que me empeño, pero una vez cada cierto tiempo intento ver una película de Lynch y poder entenderla sin acabar tomándome un ibuprofeno. Pero no hay caso. No sé si a alguien más le pasa, pero a veces tengo la sensación de que para ser buen cinéfilo hay que conectar con Lynch desde el minuto uno. Así que preparas tu escenografía, te sitúas cómodamente, atenúas las luces y le das la bienvenida a las dos horas más raras de toda la semana.
Ayer intenté ver Mulholland drive (2001) y ya no me acuerdo las veces que lo he intentado. Pude con Terciopelo azul (1986) y Carretera perdida (1997), y de hecho tengo que admitir que la siguiente vez que vi Mulholland fue después de haber visto Carretera, película que me facilitó bastante el trabajo. Quizá sea porque en ambas películas, el leitmotiv de la culpa y la huída como única salida posible hacia una nueva vida, está presente tanto en Diane (Mulholland drive) como en Fred Madison en Carretera perdida, donde ambos personajes recurren a una una fuga psicogénica, es decir, ese período de amnesia casi total, por el cual una persona se esconde de una situación de vida inmediata y comienza una parte de vida diferente, imaginándose que es otra persona y empezando de cero.
Puede que sea porque Mulholland fue ideada en un principio para ser serie de televisión, y de ser así, creo que la hubiese disfrutado tanto como disfruté Twin Peaks, pero al ser finalmente una película hay subtramas que Lynch no pudo desarrollar y es por eso que son difíciles de entender. O puede que sea la historia, que no me gusta, y punto. O puede que sea una película que pretenda ir directamente al consumo de paracetamoles, y que no quiera ser entendida. Sea como fuere el caso es que ayer, nuevamente, Lynch y yo nos enfrentamos. Y después de unos 40 minutos, volví a perder. En lugar de Mulholland, satisfice mis ganas de Lynch con Absurda, el cortometraje que abrió la 60 edición del Festival de Cannes en el 2007.
Si vemos por primera vez estas imágenes, de apenas dos minutos, y pretendemos entender sobre qué hablan, qué historia nos cuentan… estaremos empezando con mal pie. De nuevo, David Lynch nos obliga a, como nos afirmaba Linda Williams a propósito de Un Chein Andalou, sesgarnos la mirada occidental, abrir una brecha en el inconsciente, un umbral que en Absurda está claramente representado por la pantalla de cine interna en la que se suceden los hechos.
Nada de lo que se ve, se dice o se oye es real, sino que supone toda una amalgama de confusas imágenes protagonizadas por en enfrentamiento entre la luz (que viene de la pantalla de cine) y la sombra (la mayoría del espacio del cuadro, en el que vemos una sala de cine oscura y vacía). La sensación constante de violencia e incomodidad hacen que, al igual que todas las piezas de Lynch, Absurda suponga una pequeña joya para algunos, y una gran pesadilla para otros.
Es difícil hacer una sinopsis de los dos minutos en los que Lynch nos mantiene en vilo, pero lo que sí que está claro es que Absurda es cine (como arte) dentro del cine (la sala propiamente de cine) y hecho para un festival de cine; metalenguaje en estado puro. Se nos coloca en un espacio alejado de la pantalla, como un juego de muñecas rusas, moviéndose constantemente en el umbral de lo traspasable, presentándonos la pantalla como elemento ambiguo, como una ilusión táctil encaminada a la agresión visual y emocional.
Esta ilusión de plasticidad del dispositivo, se ve acrecentada por el efecto digital de las tijeras avanzando vertiginosamente hacia el espectador, haciendo referencia a todo el movimiento revolucionario de cine 3D, que hace unos años estaba mucho más presente en los debates entre festivales, o por lo menos, la revolución 3D parecía ser un fenómeno como muy inminente. ¿Habrá parado la crisis esta revolución de las pantallas? Lo que si es cierto es que hay quienes pueden opinar que este fenómeno digital abre para Lynch toda una caja de Pandora, ya que si en los noventa nos transportaba a un mundo de ambigüedades y vértigos en mis amigas Mulholland Drive o en Carretera Perdida, el 3D puede abrir una nueva etapa en la mente de Lynch capaz de volver loco a más de uno.
Por otra parte, la representación de la muerte, hecho más que recurrente en el imaginario de Lynch, no escapa durante estos dos minutos en los que, ya des de una voz femenina como sacada del más allá, podemos interpretar que la bailarina que aparece en pantalla está muerta, y que un artilugio difícil de identificar rompe la pantalla, inundando la sala con luces parpadeantes, humo blanco y gritos desesperados. Después de este momento de clímax, la tranquilidad onírica vuelve cerrando la pieza.
La mirada del espectador es, de nuevo, la mirada del vacío, como vacía está la sala y vacíos están algunos de los planos deAbsurda. Lo único que no queda vacío en ningún momento es el audio, siempre de importancia capital en el cine de Lynch.
Vivimos, durante estos dos minutos de audio e imágenes casi desconectadas, un sinsentido, una marca de esa realidad pre verbal en la que se mueven las historias lynchianas y que nos llevan a pensar, como en absolutamente todas las historias de Lynch, en un espacio que no está aquí ni allá, no está vivo ni muerto, está simplemente encerrado en una mente. Estas imágenes se plasman en el soporte del cine a modo de explosión de significados indescifrables, de rostros desfigurados, aspectos fetales, narrativas complejas… haciendo que el espectador se crea mirando un punto negro que, como en los cuadros de Rothko, va creciendo, inundando todo el espacio e imposibilitando la recepción de la luz.
En fin. Después de ver Absurda me sentí, efectivamente absurda, porque querer entender a Lynch a veces es un trabajo un tanto concienzudo. La próxima vez que lo intente voy a cambiar de horario, y me voy a levantar a las 9 de la mañana con un café y unas tostadas para dedicarle toda mi atención. Y si no funciona… creo que me retiro.